Ya eran las 3:00 de la tarde, salí de mi casa para esperar el taxi… el día estaba frío, gris, el viento parecía venir del norte, porque soplaba fuerte, daba la idea de que iba a llover y el cielo estaba muy nublado.

Mientras iba en el taxi y veía la gente, pensaba si ya estaría prendida la rumba, si habría mucha gente, si me encontraría con muchos compañeros; a medida que avanzaba y acortaba el camino, poco a poco me iba haciendo muchas imágenes del lugar, de la organización de las fondas, del rostro de felicidad de cada persona. Debo confesar que me encontraba un poco preocupada, porque había dejado unos trabajos incompletos y esperaba no amañarme mucho para poder volver pronto a terminarlos.

Ya estaba cerca y no podía controlar la ansiedad de llegar pronto, entonces decidí de que el taxista no diera una gran vuelta para dejarme enfrente de las fondas y le dije “¿sabes?, mejor déjame por acá”.

Me bajé y empecé a caminar y a medida que me acercaba comenzaba a escuchar la música de las fondas, recuerdo que era un clásico de reggaeton, ya no aguante más y aligeré el paso.

Cuando por fin llegué me detuve un instante, respiré y tomé fuerzas para entrar, debo confesar que me dio un poco de temor al verme sola y enfrente de tanta gente, y saber que lo único que me separaba de ellos era una gran muralla que lo único que la sostenía enfrente de mí, eran mis propios temores; pero tantas caras alegres y fuertes sonrisas me dieron lo que necesitaba para poder abolirla.

Creo que jamás había visto el callejón tan lleno de personas, cuando entré lo primero que vi, fue un puesto de venta de cerveza, encerrado por una carpa alta blanca y unas letras grandes y rojas, con unas largas y frías piernas, tan frías que de solo mirarlas quemaban, donde las personas no podían moverse, porque a lado y lado tenían barriles de licor.

Empecé a caminar mirando cada una de las fondas de las facultades. La primera era tan simple, pero me trajo muchas sensaciones, era una casita verde hueca por dentro, igual aquellas que te encuentras cuando caminas por la espesura de las montañas, aquellas que hablan por si solas y te muestran un vivo retrato del por qué está abandonada.

Mientras que caminaba iba buscando desesperadamente a alguien conocido; sin embargo no lo lograba, me sentía como un pichoncito recién nacido y sin la protección de las alas de su madre, sólo caminaba y caminaba y veía figuras y sombras sonrientes.

Al lado izquierdo del callejón estaban todas las personas, unas sentadas en el suelo y otras paradas tomándose unos tragos y reencontrándose con esos amigos que dejaron a mitad del camino.

En las próximas fondas pasaba lo mismo de la primera, con la diferencia de que eran un poco más decoradas; pero todas estaban deshabitadas, sin vida, sin nada…

Seguía mi recorrido buscando a alguien conocido, de repente me volví a detener, miré hacia el cielo y ya se vislumbraban algunos rayos de sol, como en los mejores días del frío abril, bajé la mirada, volteé para atrás y di un nuevo paso por todos aquellos rostros y no encontraba nada familiar, de pronto vi a alguien conocido, caminé rápidamente hacia ella, la saludé y sentí algo que jamás había sentido con ella, un gran alivio, respiré profundamente y sonreí, entonces le pregunté ¿Dónde están todos? y mirándome a los ojos como queriéndome decir tranquila, todo esta bien, estoy aquí, extendió su brazo y dijo están cerca de la tarima.

Después de esto me sentía como una pequeña rata de laboratorio mirando cuál era el mejor camino o el más corto para poder salir del laberinto y reclamar mi premio; sin embargo, caminé lento disfrutando de la sonrisa de cada persona, escuchando cada ¡huepajé!, ¡qué viva la rumba!, o ¡tráeme el otro!, hacía un recorrido con todos mis sentidos abiertos explorando una a una las sensaciones tan increíbles que eso me causaba, mientras tanto pensaba, ¿si es tan fácil hacer que las personas que están a nuestro alrededor sean felices, porque nos encargamos de lo contrario?.

Me fijaba cómo la gente se desinhibe tanto en una rumba, cómo con unos tragos todos son amigos de todos, así sea la primera vez que se ven, cómo las mujeres se visten para ser la más llamativa, la más bonita y cómo los muchacho,s todos estaban listos y atentos para la cacería, la conquista como otros la llaman, alertas como lobos hambrientos esperando cazar la mejor presa.

Siguiendo con el tema y después de un rato de caminar por ese laberinto infestado de amigos, pude ver muchos rostros conocidos, no pude contener la alegría y la emoción, me volqué rápido y lento a la vez hacia los brazos de un amigo queriendo decirle ¡casi no te encuentro!.

Fue algo maravilloso, mágico, fue un sentimiento tan grande y tan profundo, era como cuando estás en una noche oscura, fría, desolada, sin luna, sin estrellas y encontrarte a alguien especial a la vuelta de la esquina.

Fue un renacer, un nuevo amanecer, porque, pasar de una extrema preocupación, de enfrentarme sola a mis propios miedos, a encontrarme con esas manos amigas y rostros sonrientes, era como trasladarme a esa misma noche; pero con la diferencia de que cuando voltee a mirar hacia el cielo había una gran luna, una espesa y suave arena y un inmenso mar.

A pesar de todo ya no estaba esa noche, si, no estaba, porque, el sol apenas salía y se imponía con grandes y poderosos rayos de luz.

A medida que pasaba el tiempo, y me sentía en confianza, pude seguir mi exploración por todo lo que había alrededor de nosotros y de nuevo mi mirada se encontró con otro puesto de cerveza; pero éste era más cálido, más llamativo, era como un pequeño huequito lleno de personas y de enfriadores, que se calentaba poco a poco con la euforia de la gente, creo que por eso necesitaron varios viajes con hielo.

Aquel día considero que ha sido uno de los mejores de mi vida, ya que vi algo que no esperaba ver, crecí con la idea de que la gente mayor y los jóvenes no podían estar en una rumba juntos, simplemente porque, a ellos no les gusta nuestra música, ni a nosotros la de ellos; pero ese día me di cuenta de todo lo contrario, puesto que a nuestro lado había una gran cantidad de aquellas personas mayores, que parecían mucho más jóvenes que nosotros, mostraban mas alegría y vitalidad, nos demostraron a muchos de nosotros que ellos también bailan reggaeton, que gritan igual o mucho más fuerte ¡que viva la rumba!, que ríen y gozan a la par de nosotros.

Mientras esto pasaba en la tarima se hacía de todo para ganar ciertas cosas, era como ver todo por la plata en los mejores tiempos de nuestra niñez.

Luego de observar esto, volteé para nuestro lado izquierdo puesto que había un gran ruido que llamaba mi atención, y claro allí estaban la gran delegación de enfermería que gritaba y aplaudía sin parar para apoyar a su compañera, que estaba bailando reggaeton en la tarima para ganarse unas gafas.

Ya eran las 5:00 de la tarde y aún el sol no se ponía, ni la gente se cansaba, a medida de que pasaban los minutos se escuchaba con más fuerza aquella frase que entre más se diga nos hace reconocer como colombianos, aquella que no importa si eres paisa, costeño o cachaco siempre se dice con cariño, porque, se está entre amigos, aquella que dice ¡hey parce trae el otro!

Se hacía más de noche y ya empezaba a bajar el calor; pero sólo el del sol, porque, el de la gente entre baile y baile se incrementaba cada vez más.

Entre tantas risas, cantos, gritos y baile se oscureció por completo y ya en algunos se veían los estragos del calor, el cansancio y del trago.

El viento soplaba fuerte y traía consigo la noticia de que pronto vendría la lluvia y que por el resto de la noche la luna se escondería… y así pasó, cuando menos no lo esperábamos pequeñas gotas de agua empezaron a derramarse del cielo, trayendo cada una un alivio y un nuevo respiro para nuestros cuerpos.

En un momento dado, la lluvia logró su cometido, separarnos; pero no se daba cuenta que aunque estábamos separados por grupos, cada uno de ellos se encargaba de no dejar apagar el fuego.

Por ésta y otras razones tuvimos que guardarnos en una pequeña cueva donde en vez de haber piedras y arenas habían faroles y dulces, en vez de haber monstruos grandes y malvados, encontramos rostros sonrientes.

Poco a poco se empezaba a despejar el cielo y a acabarse la lluvia y el deseo de seguir se encendía con una fuerza incontrolable.

Pero como todos saben, las cosas buenas o malas siempre llegan a su fin y es exactamente lo que ocurrió, de un momento a otro y de un solo tajo cortaron la música y no fue necesario decir nada mas, sólo bastó con mirarnos a los ojos para entender que había terminado.

Claro, para unos fue suficiente porque ya no podían sostenerse parados, ya ni siquiera sabían en donde estaban ni con quién, y otros quedaron con el sabor amargo de no poder seguir.

Y todo volvió al principio a medida que se iba desocupando el callejón, la noche se hacía más fría, más tenebrosa, ya no quedaban sino las sombras de los árboles, el murmullo del viento, el sonido de la música y de los gritos de la gente retumbando en los oídos, ya no quedaba sino recordar minuciosamente cada palabra, cada sonrisa, tratar de dejar aun lado la euforia, para poder pasar a disfrutar del silencio y la calma de la noche…

Se acabó, ¡sí!; pero sólo se término una rumba, una farra, porque la alegría, los sueños, las emociones, la euforia, los gritos, la sed de vivir, los temores… aún están ahí, aguardando por nosotros…


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